Házmelo de otra manera: reflexión antes de votar

Esta mañana me he despertado demasiado temprano. Había soñado uno de esos sueños absurdos que camuflan la angustia y encauzan los deseos. El marco general se parecía al de muchos otros sueños este año: estoy de viaje en una habitación de casa ajena o de hotel. Tengo un programa de tareas por hacer, que parecen coherentes en aquel mundo. No me resulta extraño, porque la fluidez de Baumann se aplica a mi vida como un guante. El neoliberalismo me ha dado muchas experiencias, muchos ambientes, mucho fluir de acá para allá, pero no me ha dado una casa en propiedad: siempre alquilado. He trabajado como educador e investigador infatigable desde los diecisiete años, sin que haya podido consolidar un espacio, una comunidad, porque las exigencias me llevaban siempre a otro lado al cabo de siete, tres, dos, un año. Lo más extraño es soñarme en distintas situaciones, pero sin mi familia: el único amarre que he podido hurtarle a la vorágine de la sublime disponibilidad profesional y laboral. Eso no puedo tolerarlo. Faltaría más.

En el sueño aparece Fernando Trujillo, una de esas personas con quienes hace tiempo que desearía mantener una charla cómoda sobre asuntos comunes, lo que durante tantos años ha sido posible pocas veces, y siempre por videoconferencia. Dábamos vueltas en una especie de nave espacial dentro de una especie de self-service donde, al menos, podíamos comer pescado. Deduzco que tengo ganas de comer pescado. Me he criado al lado del mar, la mar. Pero no tengo tiempo de comerlo si no es a toda velocidad, dando vueltas dentro de un mercado de fast-food con estética del siglo XXV. Esto último también me parece intolerable.

La generación más joven, con la que comparto tantas esperanzas y deseos (excepto quizá la pescadofilia, que es algo más personal): ansia de aprender y de hacerlo por medio de la experiencia, no en la teoría; ansia de una vida activa, libre y decisoria, en vez de una mera repetición de fórmulas sin vida; esperanza de vivir en un mundo sostenible donde la naturaleza no sea un recuerdo, el urbanismo no sea una vorágine, la ciudad esté al servicio de todas las personas para que puedan habitar dignamente; esperanza de que mujeres y hombres puedan mirarse cara a cara y repartir en igualdad la responsabilidad sobre lo más relevante, eso que mi sueño esconde con angustia: la vida en familia, la vida en comunidad; esperanza de incluir en el cuidado mutuo a todas las personas, entender sus diferencias, disfrutar de su diversidad funcional, cultural, social y sexual; esperanza de que también los seres vivos puedan sentirse cuidados por la especie que domina el planeta en la era antropocéntrica (Antropoceno), en vez de perseguidos, maltratados y ciegamente devorados. Las y los jóvenes que llevan una década, o quizá más, saltando de un trabajo al paro, y otro trabajo, y más miedo al paro, sin consolidar un espacio en el que caer dormidos y soñar, entienden a lo que me refiero.

Nos dicen, nos decimos, que la política es un enredo, que todos los políticos (en masculino) hacen lo mismo, que da igual ocho que ochenta, que en los dos debates no hubo uno bueno. Muchas familias dicen lo mismo de los profesores, lo dicen en la radio o en la TV, se repite en las redes sociales, incluso los profesores lo decimos de los demás, en general. Afortunadamente, no se dice de médicas y médicos. Se dice, de los trabajadores y trabajadoras, que no trabajan; sobre todo lo dicen los nórdicos de los sureños, como si las lechugas crecieran en Inglaterra, los mangos en Cataluña y los muebles de IKEA se produjeran en las casas nórdicas y no en las fábricas de Asia. Se dice que todos los empresarios son unos aprovechados y unos buscadores febriles de oro, pero ayer mismo, en el cumpleaños de mi hijo pequeño, estuve hablando y escuchando a un padre empresario (autónomo) del sector medioambiental, quien me puso al día de las dificultades que afrontan los y las emprendedores honrados para sobrevivir en un mercado sin reglas, donde, efectivamente, los buscadores de oro intentan acaparar clientes por medio del monopolio o del soborno.

Pues bien, ya no estoy dormido, sino en duermevela. Escribo casi despierto. Y me pregunto. Por qué no me lo haces de otra manera. Me siento mujer y hombre al expresarlo. Por qué no me tratas como a una igual, por qué no aprendes de mí, que soy tu servidora, por qué no toreas sin matar a los toros, como en la Portugal civilizada; por qué no haces una foto y te conmueves de la vida, en vez de cazar a una víctima; por qué das un mal pago, denigras e insultas a quien te sirve, hasta que le saltan las lágrimas; por qué no piensas en una ciudad de todas y todos, en vez de en una casa blindada por Securitas Indirect; por qué no organizamos una industria medioambiental, basada en energías renovables, en lugar de seguir jugando al win-lose contra la mayoría del planeta; por qué no te portas como quien eres, ser humano, persona, después de los campos de concentración y exterminio en España y en Europa, Hiroshima y Nagasaki, las decenas de miles de víctimas de la xenofobia en el Mar Mediterráneo; por qué te empeñas en deshacer los lazos de la convivencia pacífica, en nombre de tu hombría y tus pistolas; por qué te engallas en tu identidad cultural supremacista, en vez de aprender más lenguas y promover la diversidad lingüística.

La respuesta no está en el viento. Somos una democracia.

Podemos decidir, sí, pero no contra mi vecina o mi vecino precario, no contra la generación joven y las próximas. Podemos convencerte, si nos dejas, para que me lo hagas de otra manera: sin empalar, sin golpear, sin vencer y sin violar. Para que disfrutes viéndome gozar de un oficio, de una familia y de una comunidad en la que tú también seas servidora.

Esto no es un voto por X o por Y. Pero sí es una reflexión antes de votar a quien te dé… más ganas de vivir.

Publicado por:

joaquineku

Profesor de Lengua y Literatura en la Junta de Andalucía. Investigador sobre el aprendizaje narrado (Storylearning, Storytelling). Experto en educación expandida (ABP, ABJ, medios sociales). Doctor en Literatura Comparada y colaborador de la Universidad de Sevilla en la revitalización de lenguas amenazadas.

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