Una biografía naturauta: tu odisea

He participado en las Jornadas de Educación Ecosocial de Teachers For Future Spain en Málaga, junto con una treintena de personas que comparten un sueño realizable. Queremos dar motivos sensibles y palpables para la esperanza.

Mi parte de la mezcla ha consistido en un taller de escritura creativa, aunque nos faltó más tiempo para crear, mientras recorríamos los géneros de la literatura, el arte y los videojuegos que nos comunican amor por la naturaleza.

Para la próxima será un taller de autobiografía, porque todes somos naturautas. Hemos vivido en distintos ecosistemas y cada uno de ellos nos ha dejado una huella de su abono.

Mochuelo de Atenea
Mochuelo de Atenea, Pixabay. Era el icono más amado por mi madre.

Me comprendo naturauta desde que leí la Odisea y empleaba las tardes infantiles en rastrear el entorno de la casa de mi abuela, entre el Barranco de las Ovejas y la Fontcalent, en castellano y valenciano, sobre cerros y valles cuaternarios repletos de fósiles tan recientes que parecían haber salido del mar arrastrados por una ola o un tsunami cuando el parto de los montes. Me he pasado el resto de la vida rememorando la tierra de mis abuelos jornaleros y mis ancestros gitanos, esa que nunca fue suya; la huerta que se convirtió en un páramo contaminado a las afueras de la ciudad, por efecto de la sequía creciente y una urbanización descontrolada. 

Foto con mi abuelo cuando yo tenía un año, en 1967
Con mi abuelo frente al pino, 1967

Después de conectar con mi entorno natural semisestepario, amar el esparto y los lagartos, leer los estratos y respetar a los alacranes, reconecté con la ecología gracias a Greenpeace. Su impacto sobre mi generación ha sido inmenso. No se trata solo de sus acciones en defensa de las ballenas y las focas. Con apenas 14 años me hice voluntario en Cruz Roja; la primera entre decenas de organizaciones a lo largo de la vida. Mi formación inicial, a cargo de un teniente del ejército, consistió en capacitarnos para afrontar una catástrofe nuclear en el entorno de la central de Cofrentes. Así descubrí la magnitud del peligro y nuestra pequeñez ante sus consecuencias. En mi memoria se fusionan los actos de desobediencia civil y resistencia no violenta de Greenpeace contra el vertido de residuos nucleares en los océanos y el surgimiento inesperado de Die Grüne / Los Verdes en Alemania contra la instalación de misiles nucleares en Europa. Ambas campañas tuvieron éxito. Fui objetor de conciencia e insumiso. Participé activamente en desmilitarizar mi generación y las siguientes. Lo conseguimos. Así fue como la gente de mi edad pasamos del No Future, el desencanto y las drogas al activismo internacional y el Foro Social Mundial. Lo cuento para que lo sepas…

Estudié el romanticismo alemán en medio del bosque teutónico (Bielefeld, Renania-Westfalia, Alemanía, 1990), mientras vivía en una Wohngemeinschaft con un compañero vegetariano. Luego viajé al desierto del Sahara (Tamanrasset, montes Hoggar, Argelia) hasta un lugar llamado Assekrem: “El Final del Camino” en lengua tamazigt o tamahaq, donde se perdió y encontró a Dios el ermitaño Charles de Foucauld. Por mi parte, descubrí que el Sahara estuvo poblado de vida neolítica y los targui (tuareg en plural) y sus dromedarios fueron sus descendientes directos. La gente del desierto recordaba los nombres de la toponimia, a diferencia de nuestro pueblo, tantas veces colonizado y despojado hasta de los significantes. En aquella ermita asomada al amanecer sobre montes despellejados sentí pánico por si el cambio climático devoraba todo. Era 1991 y ya sabíamos que el desierto estaba avanzando. No padecía ecoansiedad, aprendía prudencia…

Se me activó la conciencia, a diferencia de mi primer ordenador personal, que empezó a estropearse. Cambié mi destino de investigador sobre el aprendizaje por el de cooperante y aprendiz de por vida. El acrónimo Joaquín+Eku = @joaquineku fue mi primera dirección de correo electrónico fuera de la Universidad, desde 1992. Se refiere a la organización Ekumene, la casa común, con la que trabajé como cooperante para la educación intercultural bilingüe y educador social en medio de la Sierra Madre del Sur, México. Ñuu Savi es el nombre vernáculo del pueblo mixteco, con palabras que significan tanto la Tierra como el Pueblo de la Lluvia. Comprendí que la Lluvia sobre el Desierto es el antídoto de la distopía. 

Paisaje de la Montaña mixteco-amuzga, Guerrero, México. Foto del archivo de SIPAZ

Estuve alojado en el corazón originario de México desde 1993 hasta el cambio de milenio. Compartí e investigué su mundo de la vida. La gente Na Savi existía, y existe, en simbiosis con su entorno natural en aldeas dispersas por un bosque de frontera, formado por altos ocotes centenarios y helechos primigenios. Fui expulsado de aquel paraíso por amenazas de muerte, lo mismo que le ocurrió a muchos de sus naturales. Lo último que recuerdo es el horizonte nocturno de los bosques incendiados antes de que volviera Savi: los últimos meses de la estación seca. Olí la tierra quemada y escuché el fragor de las inundaciones, como consecuencia. 

Pero antes reaprendí que la desobediencia civil no era un acto individual, sino un proceso comunitario, de similar manera que lo había experimentado con el Movimiento de Objeción de Conciencia (MOC) y sus campañas, esas que acabaron con el fin del reclutamiento forzoso y el desarme del servicio militar obligatorio en España. En el Ñuu Savi, la red de comunidades detuvo el furor destructivo de las empresas madereras y, sobre todo, protegió el territorio del embate programado por las corporaciones mundiales de minería a cielo abierto. El guion de Avatar se inspiró en el Pueblo de la Lluvia (Savi-Navi), con una enorme diferencia: la opción por la no-violencia.

A la vuelta, todavía pasé la tira de años sin vehículo de motor, sin espejo, sin un trabajo estable y prácticamente sin huella de carbono. “Bajé” de mi ermita urbana como educador social voluntario en el Puente de Vallecas (Cañada Real, Cáritas, Proyecto Hombre, Intermón-Oxfam, San Carlos Borromeo, etc.), con el objetivo de casarme y criar dos hijos. Me mudé a Andalucía en el 2007, terminé mi tesis doctoral sobre el aprendizaje narrado como factor de liberación universal y escribí cinco ensayos en la BVMC acerca de esa esperanza, una novela testimonial: Una historia sin guerras; y una antología de poemas: Canaán. Desde entonces trabajo como profesor de Secundaria. 

He seguido ejerciendo el activismo pedagógico en el #15M y los círculos de educación, además de coordinar proyectos colaborativos de aprendizaje transversal: el Barco del Exilio, Ndatiaku Tu’un Savi, Cuentaverdades, Regreso Feminista y Naturautas. Intervine en el equipo fundador del IES Cartima y una pequeña parte de su impacto internacional. Colaboro con el área de Lingüística General de la Universidad de Sevilla como investigador cooperante en la revitalización de las lenguas amenazadas (incluido el Tu’un Savi) y asesor en didáctica de las lenguas y las literaturas. Soy tutor y creador de contenidos en el INTEF y en la formación del profesorado andaluz. El resto de actividad profesional consta en mi portafolio biográfico.

Por Andalucía he intervenido en dos frentes del movimiento ecologista y la educación ambiental: el Parque Natural de Cabo de Gata, mientras enseñaba en Carboneras, alrededor de un faro: literalmente, el farero de la Mesa de Roldán; y el Corredor Verde del Guadiamar, por el que he caminado con mis hijos antes, durante y después de la pandemia. Fui profesor en Aznalcóllar e impulsor de un proyecto: RecuperarT, que pretendía comprender la hazaña colectiva de restauración del espacio natural, simbolizada por la asociación ecologista Adecuna y sus mentores, Ranchal y Juan Antonio Figueras, contra la obsesión por encender nuevamente las calderas infernales de la minería a cielo abierto. No fue casualidad que pusiera en comunicación la resistencia indígena con la causa ecologista contra el extractivismo.

En la actualidad estoy estrenando una instalación fotovoltaica como inquilino y comprobando que la transición energética se ha diseñado para el beneficio de la clase propietaria. Hay que demostrar lo contrario, gracias a la mediación de una empresa pública que distribuya esa tecnología en los barrios obreros afectados por el colapso energético. Para ese fin, participo en un proceso de educación ecosocial con mi centro de compensatoria, el IES Diamantino García Acosta, la asociación Barrios Hartos de Sevilla, la cooperativa Som Energia y el proyecto Torreblanca Ilumina. Sin embargo, el propósito de constituir una comunidad energética en el barrio de Su Eminencia está siendo infructuoso por exceso de condiciones. Una familia rica solo necesita contratar a un gestor. 

Además de lo dicho, he publicado investigaciones sobre el Tu’un Savi, la Lengua de la Lluvia, y una gama de recursos abiertos para la educación libre y liberadora, ecosocial y ecofeminista. 

He encontrado una comunidad educadora y laica en TFFS, abierta por la crítica y por la esperanza, ambas a la vez. No es un destino, sino un medio propicio para el aprendizaje, sin el cual nada habría que enseñar.

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